Relato ~En la Piel del Ángel~ Por: Irene Comendador.
Cuando eres un ángel protector, creces y te educan con un solo propósito. El mío era llegar a ser el mejor guardián y salvador de todos los de mi raza. Mi padre muy elocuente un día me cogió sobre su regazo y me explico algunas cosas que se escapaban aun de mi aprendizaje. “Tienes un gran poder en tus manos hijo” me dijo sin dejar de sonreír a mis brillantes y azules ojos. “¿Qué clase de poder poseo que sea diferente del resto de mis hermanos Padre?” pregunte algo curioso. “Tu don y virtud Emmanuel, es el de poder adentrarte en el corazón de los que protegemos, o al menos en el de tu asignado protegido” contesto cogiendo una de mis manos con dulzura. “¿Y eso es bueno querido padre?” volví a preguntar. “Por supuesto, porque siempre sabrás que clase de pesares y alegrías posee tu asignado. Te facilitara mucho su cuidado, en cuanto sienta cualquier miedo, culpa o dolor, tú lo sentirás y así serás informado antes de que cualquier cosa mala pase. Emmanuel, es un poder muy importante y desde hace miles de años no hay otro ángel que lo posea, eres muy afortunado hijo”
La charla me había dejado extrañado, puesto que yo me veía igual que el resto de mis hermanos alados, pero si mi Señor y Creador había dicho que era especial, no tenia por que dudar.
Mi edad adulta había llegado, en un ángel como yo, eran los cincuenta años terrestres, aunque en apariencia humana podríamos aparentar unos veinte a lo mucho. En cuestión de días aparecería el alma que me elegiría como su tutor y protector para el resto de sus días, hasta que la perversa muerte se le llevara y después del correspondiente luto, me concedieran una nueva alma como tarea; ese era el ritmo de vida que nos esperaba a los angeles como yo.
Así esperando estaba, cuando mi hermano de batallas y confidencias vino con la buena nueva. “Corre, Emmanuel, no te tardes, tu humana te espera” decía mi amigo batiendo sus alas para avanzar mas rápido hasta mi posición y así poderme arrastras literalmente por los cielos entre nubes de algodón, para por fin contemplar a la dueña de mi existencia, hasta el día que la suya se extinguiera. El primer humano al que protegería al parecer se trataba de una mujer, un bebe hembra que me daría muchas felicidades y seguro también muchos miedos y preocupaciones, cuando su vida se viese truncada por cualquier problema del destino.
Era muy bella, una flor de cabello ausente, de ojos violáceos y llenos de suspicacia. En definitiva un bebe que pronto nacería, con su piel blanca, blanda y delicada, que necesitaría muchos de mis besos para que sanara, cuando algo malo osara tocarla.
Baje en descenso rápido hasta su lado, y allí por fin después de cincuenta años me sentí en casa, libre y entero, con el cuerpo etéreo completo, como nunca hasta ese momento. Lleno de amor, felicidad y cariño, lleno de esa niña que para mi gusto, seguro crecería que demasiado deprisa.
En varias ocasiones, y como muchos de mis compañeros me habían dicho, ella me había visto literalmente sujetar sus pasos delicados, antes de que su cuerpo sufriera algún terrible daño, y con una sonrisa en su carita redonda, me agradecía el gesto de cuidarla y protegerla de los peligros que la rodeaban. Los humanos no nos podían ver, pero en su niñez era cuando estaban más susceptibles y abiertos a nosotros, por lo tanto si el humano era inteligente, existía la posibilidad de que me viera en algún momento, mi niña bella era la más lista de todas, por lo tanto me observaba y sonreía de vez en cuando.
Tuvo sus más y sus menos en los primeros días de colegio. Hasta el punto de tener que hablar con el ángel Juannán, puesto que su niño protegido, había predicho tener en completa cobardía a mi pobre y bella Rosalinda, mi protegida.
“Solo son cosas de niños Emmanuel” decía el ángel enfrente mío, con cara de no querer darle importancia al asunto. “La ultima vez tubo un bulto terrible en la frente, culpa de la caída provocada por tu niño consentido” dije enfadado recordando los quince días de besos en la hinchazón de la frente de Rosalinda, para que así pasara el dolor del chichón. “Cosas de niños” volvió a repetir y decidí que no dejaría que se le volviese a acercar. Es más, mi don funcionaba a las mil maravillas, puesto que cualquier daño, miedo o sentimiento, que mi bella Rosalinda sufriera, yo lo tenia impreso en mi carne, palpando directamente en mi cuerpo el dolor que la pudiesen ocasionar, en definitiva me hacia vulnerable su malestar.
Pasaron los años rápido y mi niña de cabello oscuro y lacio fue cambiando, para convertirse en una mujer de carácter bien forjado. Ya no me veía, aunque a veces así mi inconsciente lo creía. Iluso enamorado de su protegida, que de tanto quererla ya no sabia si venia de abajo o salía de arriba.
Era un amor fraternal, un querer que me hacia daño en las entrañas, puesto que cada una de la veces que su corazón era arrancado de su sitio por la perdida de algún amor infantil, ella padecía y yo reflejaba ese padecimiento, sufriendo los dos como unos simples cobardes. Hasta que llego él, Leandro, que por alguna razón no me caía bien, pero yo era un ángel de misericordia y esos sentimientos de desprecio no eran buenos, no podía albergar en mi pecho algo tan perverso e incoherente. Además una de las reglas básicas de mi raza, era por supuesto permitir a nuestros protegidos el libre albedrío, y no interferir en sus decisiones, ya se equivocaran o no.
Leandro tenía como protector un ángel mayor, uno que llevaba muchos años ya ejerciendo. Después de hablar con él, me dijo que seria su ultimo trabajo, que se cortaría las alas y moriría como humano, destino que a todos nos esperaba tras cumplir mas o menos mil doscientos años, año arriba año abajo.
Este viejo ángel protector no ponía mucha atención en Leandro y aquella noche decidí que seria yo el que protegiera a ambos muchachos, dándole la noche libre a mi cansado hermano.
Decidieron ir a tomar algo, unos cuantos bailes agarrados de la mano y por fin de vuelta a casa. Ya estaba mas tranquilo y contento, cuando vi que su dirección no era el descanso de Rosalinda en su cama, si no una ladera en el campo y algo apartada. Me enfurecí por un momento, allí no podía pasar nada bueno, me dije para mis adentros.
Mi primera reacción era la de interferir en los acontecimientos y arrancar a mi niña de los brazos del hombre aprovechado que tenia al lado; pero al ver la cara de Rosalinda, comprendí que ella estaba contenta de que Leandro la hubiese llevado a un lugar solitario.
Contemple fuera del coche lo que sucedía, lo hacia con reparos y con innecesaria respiración contenida.
Las manos de Leandro viajaban por su anatomía y ella soltaba delicados suspiros, que dañaban y al tiempo endulzaban mis sentidos. Los sentimientos que de ella me invadían, eran de nerviosismo pero al tiempo felicidad contenida. No podía interferir en su destino si ella así lo quería.
Una de las manos de Rosalinda agarro el pelo del muchacho y sin querer el la mordió en el labio, soltando un alarido que me hizo estar en ese momento pegado a ellos, tan cerca que casi podía tocarlos. Sabia que era imposible, pero por un momento me había parecido enrojecer, no solo de la rabia de verle hacerla daño, si no por la cercanía de sus cuerpos, del mío a los suyos.
No me permití retroceder ni un ápice, allí como un acosador o perturbado, velaba por la integridad de mi bella dama, de mi niña de cabellos azabaches, de ojos sufridores con litros de colores violetas.
Siguieron, después de una disculpa del estupido descuidado, con su juego de manos, apretándose despacio, con el alma cubierta de esa electrizante capa de feromonas adolescentes. Mi Rosa sin espinas hizo algo por lo que tuve que quitar mi vista, retirando su cabello de la espalda, desabrocho la tela que cubría sus pechos, dejando estos viajar libres al viento.
Tantas veces la había visto desnuda, pero siempre como lo que era, mi niña menuda y pequeña, mi dulce princesa. Ahora era tan diferente esta imagen, estaba a punto de entregarse al hombre con el que compartía tan solo unos días de vida.
Las manos de aquel muchacho, no tardaron en tapar lo que aquel encaje rosado había estado ocultando. Daba toques pequeños y calientes en su piel, haciendo que sus montículos perlados se irguieran al contacto.
Un dedo travieso y dañino, viajo por el canalillo, movimiento descendente y acompasado mientras mi niña suspiraba temerosa. Llegando hasta su ombligo que pareció abrirse como la flor del trigo. Ese dedo misterioso siguió su avance. “Si te hago daño tu dilo y parare ahora mismo” susurro Leandro en su oído. “¡¡Para!!” grite mentalmente, pero ellos parecieron no oírlo.
Las manos de mi protegida, de la luz de mis días, estaban engarfadas en la tela del sillón, como si con ese gesto se impidiera a si misma salir corriendo, pero seguro solo eran suposiciones mías, ya que el chico, la había dado la opción de parar y ella había optado por seguir hasta el final.
La boca de Rosalinda estaba siendo literalmente comida por aquel niño de facciones y actitud lasciva, y ella de vez en cuando retiraba su mirada hacia los lados, como buscando algo. Entonces recordé que los humanos tenían una forma de no procrear y aunque no lo había aceptado nunca, en ese momento me pareció lo más sensato, mi pequeña no podía ser aún mamá y menos con tal incompetente.
A cada momento más me exasperaba, a cada segundo mas me frustraba y empezaba a notar unos imposibles temblores en mis extremidades.
El chico se quito la ropa y Rosa se quedo fijamente mirando al techo, sabia lo que estaba pasando, ella ocultaba su vergüenza, ella se sentía temerosa. Quise gritarla que parara esto, que no era necesario hacerlo. Que podría esperar un poco mas de tiempo. Pero no podía, la regla era sencilla, no interferir en sus decisiones, no hacerlo.
La empezó a desabrochar la parte de debajo de su ropa, y cuando empezaba a verse el bello que mi niña tenia, tuve que volver a retirar mi vista. ¿Porque me costaba tanto?, esto era la vida, esto era lo que debía pasar, en esto consistía la procreación. Pero a mi me parecía una profanación de lo mas terrible.
Leandro empezaba a deslizarse por el cuerpo de mi bella Rosa, uniendo sus pieles caliginosas, acercando sus sexos, preparados, expectantes, un odioso gemido se escapo de los labios del chico cuando muy despacio se posiciono entre las piernas de ella. Mi preciosa amapola se contrajo un segundo y de sus ojos salieron dos grandes lágrimas redondas. “¡¡¿A que estas esperando?!!” dijo Rosalinda con un grito ahogado. Mi corazón con aquel grito se contrajo. Ella pedía por más rapidez y yo ya no pude aguantarlo, era insoportable, me dolía nerviosamente el pecho; aunque sabia que era imposible ese sentimiento, así lo sentía.
Un asco irrefrenable me ataco, un dolor en el corazón, una punzada en mi garganta, todo mezclado con el odio más terrible.
“No te haré esperar mi vida” contesto Leandro a mi chica. Una bocanada repugnante me invadió los sentidos. “¡¡¿Porque no vienes ya?!!” dijo Rosalinda con el semblante lleno de miedo y dolor. Un dolor que me parecía insufrible, eso era lo que mi don me decía sentía ella, pero si realmente estaba tan asustada de que él la tocara ¿Por qué le pedía más proximidad?
La ira se adueño de todo mí ser, repulsión, aversión y saciedad que hicieron que se me nublara el discernimiento, que ya no viera nada, que no sintiera nada, actuando antes de que todo finalmente llegara a su culminación.
Salté, con todas mis fuerzas, empuje y derretí todo lo que se puso en mi camino, todo lo que en algún momento oso tocarla. Desprendí sus manos de ella, quitando ese infame cuerpo de encima de mi pobre Rosalinda.
Le ataque, le empuje varios metros de allí, ejerciendo la fuerza que todos los de mi raza conteníamos, pero que nunca nos permitíamos usar. Hasta que vi a Leandro allí, a unos diez metros del lugar, en una pose poco natural aunque algo cómica. Sabia que estaría bien, no le había echo daño, al menos no en su carne, quizás su orgullo se resintiera unos días. Al estar inconsciente por el golpe, podria achacarlo a cualquier agresión de un extraño. Y con una sonrisa infantil en mi cara, recordé que seguro habría asustado a mi niña amada. Con miedo mire en su dirección, sorprendiéndome por la proximidad que con mi ataque me había dejado de ella, tanta que si hubiese estirado una de mis manos podría tocar su piel desnuda.
Espere con los ojos cerrados las voces, los gritos de terror, las blasfemias, incluso un desmayo o intento de escapar corriendo de allí por lo paranormal del suceso. Pero después de unos segundos todavía no oía nada, el silencio me trastornaba, me quemaba los oídos, ¿Qué era lo que la pasaba? Acaso se habría quedado en estado de shock que ni para gritar tenia fuerzas.
Ahora si preocupado me aproxime aún más a ella, pero lo que vi me desconcertó.
Sonreía, una mueca de felicidad que hacia muchos años que no veía en su precioso rostro la adornaba por completo. ¿Acaso estaba feliz de que le hubiese quitado al maldito aprovechado de encima? ¿Por qué no lo hizo ella cuando tuvo la oportunidad?
Su cuerpo desnudo rozaba mi ente. Su calor traspasaba mis inexistentes venas, dando velocidad a mi incomprendida respiración. Y aumentando mi sorpresa, alzo sus manos hasta llegar hasta mi cara. Tocando justo la comisura de mis labios.
Sentí su caricia, el olor de sus yemas y el color de su presencia. Inconscientemente levante mi mano para poner mi palma sobre su desnuda muñeca. Un estremecimiento mutuo nos asusto a ambos. La podía sentir, y ella al parecer también a mi. Cerré mis ojos de nuevo para disfrutar de la sensación de tranquilidad que me transmitía. Y entonces lo oí.
“Por fin decides venir, llevo esperando mucho por ti”
No podía creer lo que ella decía. ¿Me había estado esperando a mí? Pero si no me había separado de su lado en ningún momento de su vida, nunca.
Y besando sus dedos con dulzura mi cuerpo reacciono solo, sin premeditación, por impulso.
Acerque mi cara a la de ella, un halo calido me traspaso, sentí que me derretiría de tanta calidez y placer. Sus manos rodearon mi cuello, pero ella no podía ejercer presión en mi forma, ella no podía tocarme de la misma manera de lo que yo lo hacia con ella. Puse mis manos sobre las suyas y apreté su tacto, para que así me sintiera, jadeo en mi boca, haciendo que me llenara de lujuria contenida, y ya no sabia si era la suya o la mía, ella me necesitaba porque lo podía sentir aflorar con mi don, pero yo la necesitaba aún más si cabía.
Necesitaba que me sintiera y así se lo hice saber, pasando mis manos por todo su cuerpo, acercando mis dedos, mis palmas, mis brazos y miembros por todos los lugares que podía alcanzar. Y entonces lo recordé, no podía hacer algo de lo que después no hubiese marcha atrás, esto estaba mal.
“¿Segura?” dije sin saber si era eso lo que quería preguntar. Ella suspiro y empezó a llorar, como si algo se hubiese roto en su interior, aunque yo solo la sentía llena de felicidad ¿porque lloraba entonces?
“Dime porque lloras” suplique cerca de sus labios.
“Porque por fin dejas que te pueda oír, sentir, por fin dejas que te pueda querer Emmanuel” mi cuerpo se helo, ella sabia mi nombre, ella me había estado amando en secreto, ella….
“Te quiero, te amo Rosalinda, siempre lo hice” dije apretando su cuerpo al mío un poco mas. “¿Y porque tardaste tanto tiempo en darte cuenta?” contesto de vuelta. “Los angeles somos estupidos, o al menos yo lo soy” y reí. “Si, lo eres”
Y acto seguido me incito a que la volviera a besar, a tocar, a hacer mía. Mis dedos viajaron por su abdomen después de multitud de caricias y besos por todo su cuerpo, saboreando cada uno de sus poros, cada una de sus finas líneas, donde la fragancia del más exquisito de los gustos estaba en toda ella impresa. Se estremecía, gemía y suspiraba audiblemente, y como un borracho de amor la continuaba otorgando todo lo que en mi poder estaba, hasta que por fin llegue hasta esa zona que con tanto miedo quería tocarla. Alzo sus caderas dándome el permiso para hacerlo y allí despacio introduje mis dedos, unos que yo no suponía gran cosa, pero al parecer ella objetaba mi pensamiento, estallando en llamas y múltiples colapsos. La ame, la bese y suscite de todas las formas ocurrente y patentes. Hasta que desfallecida parecía pedir tregua. “¡No te marches de mi lado!” pidió, suplico. “Jamás lo he hecho, ahora no será el momento, porque te amo, te quiero Rosalinda, te amo mi niña” conteste apretando su pecho contra mi cuerpo, calentándome con ese gesto. “Yo también te quiero Emmanuel, te amo ángel mío”
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Este es el relato de Irene Muy Hermoso... Me encanto *-* Vale... Si todos tenemos un angelito así *-* hahaaha... Suerte!!! y comenten!!!!
3 comentarios:
Guau!, un Angel k se enamora d su prometegida... Vaya!!!. Es un relato muy intenso, lleno d sentimientos y sabiduria... Excelente!!!. Irene, t deseo suerte, aunke no creo k lo vayas a necesitar... Saludos!.
Bueno no sabia yo que ya estabas publicando los relatos mi reina, pero me alegro que te haya gustado, gracias por dejarme participar, millones de besos guapisima, y gracias tambien a Cautiva, me alegro de que te guste guapa
Un beso para todos
Awww!! Hermoso Hermoso Hermoso Me encanto!! Es tan... WOW!! Jajaja Mucha Suerte Irene!! Tu relato esta buenisimo de todas todas: La tematica, el desarrollo el Final! WOW el Final!!
Besos ;)
Elii
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