Había
una vez una niña que no podía crecer. Era la hija del Rey Rasmus, quien
gobernaba el reino Minalus. Itzel, la pequeña, cuando cumpliera los diecisietes
dejaría de crecer y se quedaría estancada en la perfección de la inmortalidad y
belleza de la juventud. Según su madre, esto se debía a un trato que habían
hecho con los Dioses cuando ella nació; su padre obtendría el reino de Minalus
que por herencia le correspondía pero que los rebeldes habían arrebato de sus
manos el mismo día del nacimiento de la pequeña, el precio a pagar era que
tenían que obsequiarle a la pequeña recién nacida, como la Reina de Hielo, hija
de Dioses.
Itzel,
cuando el tiempo de los humanos al poder se agotara y los Dioses decidieran
intervenir para recuperar lo que una vez obsequiaron, y que los habitantes no
supieron apreciar al llenar aquellas tierras de la sangre que se derramaba en
guerras por querer monopolizar los reinos, sería quien sucumbiría al mundo en
un interminable invierno, una vez hecho esto la gente empezaría a morir por
falta de comida, o de calor. Cuando aquel proceso hubiese finalizado, todo
renacería con una nueva era… y ella sería su propia Reina.
Cada
vez que pensaba en aquello, no podía evitar sentirse dolorida, cuando el tiempo
del renacimiento llegara; tendría que condenar a todos a una muerte
desagradable, incluido sus propios padres. Su madre, le decía constantemente
que era posible que ellos ya no estuvieran ahí cuando eso sucediera… pero ella
no podía dejar de pensar ¿y si aún seguían vivos y tenía que dejarlos morir?
Si
su padre hubiera renunciado al poder, aquel tratado nunca se habría hecho, y el
destino de Itzel hubiera sido tan incierto como el del resto.
La
niña fue creciendo lo poco que se le había permitido, y cada vez más le faltaba
menos para cumplir los diecisiete, y entonces, no vería cambiar más su cara… ni
su cuerpo. Su mentalidad iría en ventaja, dejando su físico atrás. Todos la
tratarían como una niña inexperta, aunque tuviera más de cien años. Esa era su
condena.
Itzel
se refugiaba en el lago más cercano en las raíces de un árbol, faltaban pocas
horas para su décimo séptimo cumpleaños. En el castillo celebraban con
anticipación, los pueblerinos no sabían toda la historia. Ellos creían que ella
sería su salvación, que la hija del Rey los protegería mientras tuviera la
gracia de la inmortalidad. Las mujeres la envidiaban; ella iba a ser siempre
joven.
Pero,
Itzel no quería nada de eso. No quería la condena que le había puesto su padre
sobre los hombros, no quería ser quien acabara con los Reinos, no quería ser
recordada como la Bruja de Hielo y una vez todo acabado, ser alabada por los
nuevos habitantes.
Se
sentía como una traidora. Su propia madre lo era, mintiéndole a todos sobre el
futuro que los Dioses disponían para ella y el resto, su excusa era que si se
enteraban: la matarían.
—Quizás
sea la muerte lo que quiero… —susurró la muchacha, dándole vueltas a la daga de
hierro forjado que tenía entre sus delicadas manos.
Si
ella moría, los Dioses tendrían que buscar a una nueva persona que llevara su
profecía. Es que, no importaba cuando ellos decidieran acabar con todo… Lo que
importaba es que ella sería quien hiciera eso.
—Es
por ellos —dijo alzando la cabeza, mirando fijamente la luz blanquecina que
desprendía la luna llena—, también por mí.
No
quería ver como sus seres queridos morían mientras ella permanecía igual, donde
ya nada ni nadie la dañarían.
Las
lágrimas se deslizaron por su mejilla, reparando en la decisión que había
tomado; no seguiría con lo que su padre había empezado de ninguna forma…
Porque…
—La
eternidad es la condena de los inmortales… —alcanzó a decir antes de que con
fuerza se apuñalara.
—Que los Dioses se apiaden de mí y no me
castiguen de una forma cruel —pensó sintiendo la sangre adornar el precioso
vestido blanco que llevaba puesto.
Si
ella ya no podía crecer como los demás, completar su ciclo de vida como era
debido, no quería seguir viviendo como una muñeca de cristal, viendo morir a
los suyos y condenando el futuro de quienes quizás… merecían otra oportunidad.
***
Espero que les guste este nuevo relato, estoy haciendo todo lo posible por actualizar más seguido.
Un beso,
Susan.